Y por qué dudar no puede ser un lujo para privilegiados.

Vulnerabilidad en clase de canto o instrumento. ¿Para qué?

Verdades irrefutables

Mi hijo, 8 años, hoy no quería hacer las tareas de la escuela.

Contrariamente a otros días, a pesar de sus pocas ganas, empezó a hacerlas, refunfuñando… protestando porque su tiempo de jugar se acortaba demasiado y perdía minutos muy valiosos.

Lo entiendo.

Sobre todo porque tenía que escribir una letra del abecedario alrededor de 40 veces…

Lo que empezó como un descontento, escaló a una especie de lamento, una mezcla entre hablar y llorar sin lágrimas, intercalando de vez en cuando un puñetazo de frustración en la mesa y algún mínimo avance en la tarea (1 o 2 letras) entre sollozo y sollozo.

Su pérdida de tiempo le era dolorosa y el volumen de su queja iba subiendo.

La reverberación en el comedor, se hacía importante.

El martirio aumentaba.

De pronto le dolía la planta del pié o tenía graves puntadas en las mejillas.

Y desde hacía un rato, mis soluciones se venían acabando.

Lo que ocurre normalmente es que, si logro pasar tranquila el momento de su catarsis, llega el punto en el cual su frustración se transforma en llanto, con lágrimas de verdad, se desahoga, yo lo abrazo y sigue haciendo la tarea más tranquilo.

Acepta su destino y se entrega a la labor.

En los mejores días, hasta se divierte con los libros de ortografía alemana. 😅

Los otros días tengo que explorar nuevos límites y descubrir caminos para salir del lío.

Porque la catarsis se alarga cuando yo elijo caminos sin salida: por ejemplo, cuando le explico que «esta situación no nos lleva a ningún lado porque todos tenemos que pasar por eso y aprender a escribir la letra de carta, arriba del renglón».

Cosa que no tiene sentido… y que él, sabiamente, no quiere escuchar de ninguna manera.

Mi intervención, lejos de ayudar, contribuye a la suba exponencial de la temperatura en el comedor.

Pero la magia ocurre cuando, en lugar de explicarle que lo mejor para él sería hacer tranquilito las tareas y así ahorrar tiempo para poder ir a jugar antes, le muestro mi verdadera emoción: frustración.

Por no poder ayudarlo a pasar mejor la situación…

Articulé entonces, sin energías, «no sé como ayudarte… se me acabaron las ideas… no sé qué decirte».

En ese momento, mi hijo, notando que perdí el impulso de solucionar problemas, dejó de lamentarse.

Me quizo escuchar ¡justo cuando se me acabó el guión!, y me miró con compasión… como quien mira a un futbolista que perdió la final del mundial…

Y no estoy hablando de usar la vulnerabilidad para lograr mis fines: en este caso, hacer la tarea escolar.

Eso sería convertir al niño en objeto de mis ideas.

Hablo de describir mi estado emocional: cansancio, frustración. Sin vueltas… sólo nombrarlos.

Amplificar esos sentimientos que son ensordecidos con indicaciones y soluciones…

Dar lugar a la vulnerabilidad crea puentes, aunque a veces no sepamos a dónde nos llevan.

Puentes para charlar, para escuchar, para sentir y para dejar de sostener estructuras pesadas que nos hacen duros y inflexibles…

Mostrarnos vulnerables nos ayuda a achicar los abismos que a veces creamos con nuestras verdades intocables. Como por ejemplo: estar al día con la escuela, es importante.

Cuando me muestro vulnerable ante mi niño, le doy la oportunidad de sentir que:

1. lo escucho

2. no soy una máquina de reglamentar o producir ideas

3. no tengo todas las respuestas

4. reflexiono sobre mis verdades …sobre todo, si no nos hacen bien.

En el marco hogareño de una madre desesperada a la que se le acabaron las respuestas 🤪, la vulnerabilidad es una aliada para seguir aprendiendo a vivir.

Ahora, ser vulnerable o mostrar vulnerabilidad en el ámbito laboral, suena poco profesional.

Pero, en la música, en clase más exactamente, hay caminos menos hogareños para mostrarnos humanos. Aunque te cuenten que no.

Lo que el arte puede aprender de la ciencia

En mi familia hay varios científicos: mi madre y por lo menos la mitad de mis seis hermanos.

Desde siempre observé y admiré la manera colaborativa en que los científicos trabajan.

Y la verdad es que los envidiaba.

Los científicos no andan llorando y gritando y mostrándose tan emocionalmente vulnerables en sus laboratorios, pero, en su cultura de trabajo, está establecido que comparten información para seguir avanzando.

Y que tendrán sus disputas y conflictos, no dudo… O mejor dicho, me consta porque compartimos el techo.

De todas maneras, en los trabajos que escriben para publicar, siempre hay citas y agradecimientos: a esta tesis la saqué de este investigador, o me baso en el trabajo de aquel investigador para continuar mi propia búsqueda científica.

Normal … para ellos.

La mayoría de las veces esos trabajos son hechos en equipo, que apoyan sus conocimientos en la sabiduría que lograron ya otros equipos. Una cadena infinita.

Ellos se consultan y trenzan sus sabidurías para seguir adelante.

Saben lo que NO saben y se apoyan en aquello que saben otros colegas.

Esto es un ejemplo de «vulnerabilidad laboral» sistemáticamente establecida. Hay un sistema que les permite no saber, apoyarse en lo que otros científicos ya estudiaron y hacerse nuevas preguntas.

Una manera muy eficiente de trabajar… teniendo en cuenta que los avances de la ciencia y la tecnología más relevantes para nuestra civilización se realizaron en los últimos 250 años… y la humanidad tiene algunos cientos de miles de años.

Intervisión: un puente que abre caminos

En mis visiones de una enseñanza del canto menos mística, estaba siempre ese deseo de más intercambio entre colegas y de “verdades» dinámicas, flexibles y expandibles, en lugar de dogmas.

De más trabajo conjunto, en lugar de rivalidades.

Un saber adaptable a la diversidad de cantantes e instrumentistas que hay. Y no hablo solo de la técnica, sino de la música enraizada en un lugar más grande que los dedos, la respiración o las cuerdas vocales: la persona.

Por un motivo, en general muy entendible, a los maestros de canto o instrumento nos cuesta más mostrarnos vulnerables y aceptar nuestros límites.

En mi eBook te cuento sobre este tema: Guía para pensar lento y 8 herramientas para maestros de instrumento y canto. Lo podés descargar sin costo aquí.

Con esa visión de maestros conectados anduve muchos años, hasta que se me cruzó una práctica que se utiliza en profesiones psico-sociales: la intervisión.

Intercambio entre colegas, en otras palabras.

Mi misión se transformó en crear yo misma ese ámbito en donde ser maestra de canto, dudar y reflexionar: un grupo de intervisión donde intercambiar regularmente experiencias y preguntas.

Me resulta inspirador y enriquecedor.

La vulnerabilidad desbloquea y abre puertas que quizás no se abren de otra manera.

Hay tantas maneras de ser músico, como músicos hay en el mundo y cada uno de ellos requiere una solución individualizada en cada paso.

Y entender mejor lo que cada uno necesita es, como docentes, nuestro desafío diario.

A las “verdades” más humanas, dinámicas, flexibles y expandibles, las fui conociendo en el correr de los años, saliéndome del camino más transitado y aventurándome por caminos menos recorridos.

Allí encontré, y encuentro aún, colegas curiosos, apasionados, además de herramientas para entrelazar la tradición y sutileza de nuestro arte con las ciencias de la voz, las humanidades, la fisiología musical y todo aquel saber que sume para ayudar a los que me consultan.

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